Muñecas Rusas fue un ciclo de poesía que convocó en el Centro Cultural de la Cooperación a otros doce ciclos, desde septiembre de 2009 hasta diciembre de 2010. Invitada por El Vendedor de Tierra, la coordinadora del encuentro,Silvia Castro, hace un balance de esa experiencia, que define como una oportunidad de haber prestado “atención a la parte invisible” de esos espacios de lectura poética.
¿Cuál es tu balance sobre Muñecas Rusas Ciclo de Ciclos del CCC?
Los encuentros de lectura de poesía son en su mayoría dinámicos, tienen un tiempo de vida que varía de acuerdo a su formato, objetivo y contexto. Por Muñecas Rusas pasaron una docena de ciclos, muy diferentes entre sí, pero con la meta común de difundir a los poetas y su obra. El intento de tomar una fotografía de cada uno y de todos juntos creo que se logró. Para seguir con el símil, podemos hablar del momento de la toma, de la foto misma, de su pasado y de su futuro.
Cada ciclo llevó su propuesta sin restricciones, salvo las que producía el cambio de contexto: huellas del espacio físico, o rituales habituales en el sitio en el que son sede, y que no estaban en el CCC. Hubo quienes se llevaron todo puesto, otros lo dejaron en casa. En cada caso fueron libres de elegir.
La foto fue para ellos, el ojo fue nuestro. Su pasado y presente se hicieron visibles en el formato, en el público concurrente, en la convocatoria, en los dispositivos de difusión, o en el criterio de selección de invitados.
Mirando hacia adelante, veo la inminencia de nuevas propuestas, como la de
Carne Argentina, de encuentros de lectura de traductores de poesía; ciclos barriales, como el Arrojas Poesía al Sur, de Barracas; o ciclos itinerantes, como el Trobar Clus o la
Hernia de Sísifo, con incorporación del conurbano a la vida poética porteña… ingredientes que suman a la renovación y diversificación de una práctica que se extiende y perdura con vitalidad.
Antes que la foto de Muñecas Rusas, un encuadre arbitrario, un encuadre sin bordes, me quedo con el ojo abriéndose paso en esta rara topología que se produjo en el ciclo de ciclos, que en su presentación resumí como “sacar de adentro lo que está afuera”.
¿Conocías todos los espacios que fueron invitados? ¿Cuál era tu expectativa antes de su inauguración?
Algunos sí los conocía por haber sido invitada como poeta, otros, porque leía algún colega o amigo que me interesaba escuchar. Digamos que esta fue una oportunidad para dar la recorrida completa y prestar atención a la parte invisible de los ciclos. Antes de hacer Muñecas Rusas para mí lo que contaba en una lectura de poesía eran en primer lugar, los poemas, en segundo lugar, sus autores, y el resto podía aportar algo, pero no era imprescindible.
Muñecas Rusas podría tratarse de un experimento acerca de los límites de la lectura poética, en el sentido de lo esencial, lo central o lo específico, por oposición a lo secundario, lo marginal o lo accesorio, de alguna manera la cuestión que Derrida encara en el primer ensayo de La verdad en Pintura, eso que Kant llamaba el parergon (marco u ornato) ¿pertenece o no a la obra?, ¿es una parte esencial o un suplemento? ¿Qué le aporta un ciclo al hecho poético? ¿Qué le aportaría entonces un ciclo de ciclos?
Con esas preguntas surgió el concepto de Muñecas Rusas, que ya de por sí plantea el problema de los márgenes y los centros: ¿qué está dentro de qué? ¿de qué es centro el CCC? Mi expectativa era sobre todo hacer una puesta en fuga de centros y periferias y dejar que todo eso ocurriera con una mínima intervención, para explorar de qué modo lo invisible cobraba forma.
¿Qué puntos de coincidencia y qué diferencias principales encontrás entre los ciclos que participaron?
Podría aventurar que entre ciclos todo lo esencial es coincidente, y que la diversidad la da el grado de imprevisibilidad de lo que va a ser visto y escuchado.
Detrás de todos los ciclos hay uno o varios poetas dejando de lado por un momento su lugar de autores para ofrecer lo que ellos estiman que es legible y puede y debe o debería ser leído. Para ello se valen de otros poetas que sí intervienen como autores. Todos los poetas al crear tomamos decisiones hasta que llega un punto en el que nuestro material de trabajo decide por nosotros, y cuando coordinamos ciclos, también.
Tanto en una entrevista, como en el diálogo con el público hay una cierta ilusión de control de ese programa inicial, una cierta afinidad o un cierto acuerdo estético/político previos entre poeta convocante, poeta invitado y asistentes, pero aún en una situación como esa sucede lo imprevisible que a mi entender contribuye a identificar lo poético del formato de un ciclo. Varios de los momentos más intensos de todos los encuentros fueron aquellos en los que se produjo este corrimiento del invitado de aquello que se estaba esperando de él. Un episodio que está dentro y fuera de los planes a un mismo tiempo, que por momentos explotan algunos ciclos, sobre todo los más propensos a la transgresión, como
Maldita Ginebra, que lleva el desenfoque a punto caramelo. Sin llegar a esa consistencia ambarina esto se produce más o menos sutilmente en todos los ciclos, con variadas coloraturas. No pienso en el golpe de efecto, el stand up o la simpática ocurrencia, me refiero más bien a una intrusión de lo poético que no está en lo que se lee sino en la interacción de poetas, coodinadores y público. A esta poética, aparte del azar, la facilita –o la obstruye- el dispositivo que cada ciclo armó, y va ganando -o perdiendo- con el tiempo identidad y espesor.
¿Qué motivos llevaron al Espacio Literario J. L. Ortiz (del CCC) a realizar un ciclo que reúna a las diferentes mesas de lectura de poesía que se organizan de forma periódica?
Había una intención de abrir el juego en la difusión de poesía, dar un espacio neutro, cercano, con una intervención casi de grado cero, para que los ciclos de Buenos Aires y sus públicos tuvieran la oportunidad de integrar sus propuestas.
¿Podrías mencionar los temas de los debates que tuvieron mayor repercusión entre los participantes y el público?
No podemos hablar de debates, sí de comentarios o reflexiones que se fueron dando en cada encuentro y sobre todo al final. Como cierre hicimos una suerte de asamblea de coordinadores para intercambiar impresiones sobre nuestra actividad, con cada uno dando cuenta de los pormenores, dificultades, curiosidades, en algunos casos anécdotas, que quieras o no hacen a la identidad de su ciclo. El público tuvo esa vez su representante: uno de los asistentes más asiduos, que no es poeta pero le interesa escuchar, pidió tener voz en la evaluación final. Su aporte fue marcar eso, que en estos eventos se trata sobre todo de un circuito cerrado de poetas, que están presentes convocando, leyendo y escuchando.
La escucha también fue un tema importante: quiénes escuchan a quiénes, quiénes se levantan y se van, quiénes llegan tarde, los posibles motivos, el derecho a no escuchar, el silencio y su valor…
En alguna oportunidad se planteó qué ocurría con los públicos de los ciclos, por qué cada uno tiene su círculo de poetas afines, y los asistentes no suelen, salvo excepciones, moverse de propuesta en propuesta.
La idea de reunirse a pensar se debió a que, pese a que había un supuesto centro puesto en los poetas y sus lecturas, concitaba la atención y debate el contexto en el que éstas sucedían. El qué se leía respondía por el dónde, el cuándo, el cómo y el por qué.
Los ciclos invitados y sus coordinadores: Interiores – Inés Manzano
Fedro – Florencia Walfisch y Ana Laferranderie
La libre – Simón Ingouville
Piedra y camino – Daniel Quintero y Daniela Scagliola
Bombplan (Claudia Prado) y
Carne Argentina (Selva Almada) fueron invitados pero no asistieron por problemas de agenda.
A partir de este mes, Silvia Castro encabeza junto a Carlos Juárez Aldazábal el cicloLecturas en el CCC, que se inauguró con el santiagueño Julio Salgado. En abril será el turno de Héctor Berenguer.
Entrevista de Alejo González Prandi en